OBRA TEMPRANA (1969-1986)

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Si bien parecería osado incluir más de década y media de piezas como «obra temprana», es necesario entender la edad y época de vida de la artista en estos años, como recién casada y criando a sus hijos, y a la vez, tratando de buscar profesores que le enseñaran las técnicas de la pintura y del dibujo de una manera estructurada. Encontrar a un profesor que le enseñara como ella esperaba tomó casi una década, y lo encontró en el artista y escultor español Benjamín Saúl (1924-1980), con quien tomó clases de dibujo de la forma humana.

En 1969, recibió su primera clase de pintura con Pedro Acosta García (1930); hacían paisajes copiados de fotografías. La obra de 1970 incluida aquí sería la primera pintura al óleo que no se basa en fotos, y previo a su ingreso a los talleres en el CENAR. Como podemos observar, es una escena costumbrista estilizada de campesinos con un rico colorido en las vestimentas; podríamos describirlo como de tendencia naif o ingenua. Luego tomó clases de pintura con la técnica de la espátula con el padre Antonio de Colsa en su taller de pintura.

En 1976, Bicard estudió pintura con Miguel Ángel Polanco (1941-2012). Las clases se basaron en la misma enseñanza que recibió del maestro español Valero Lecha, es decir, bodegones y figuras basados en la observación de objetos y modelos. Para Bicard, este tipo de enseñanza no prosperó. Como contraste a este estilo de arte, pinta Paisaje (ver lámina 2), en el cual hace uso de la representación de un desnudo femenino para evocar la forma de un paisaje. La pintura es aplicada con espátula y pincel, como aprendió con De Colsa; la forma del cuerpo/paisaje se separa en secciones geométricas, limitándose a tonalidades en cafés.

Las obras de la década de los setenta incluyen figuras y paisajes, consideradas de estilo naif, y luego surrealista, como lo comento Carlos Balaguer tras su primera exposición colectiva en una galería formal: «El dibujo de Licry… no es necesariamente ingenuista. Por el contrario, su contenido es serio, intelectual y discursivo. No obstante, los elementos lineales constitutivos sugieren el temperamento ‘naive’. En este dibujo vemos la fusión de un rostro y composición ‘naive’ con un contenido serio, ‘surrealista’, puesto que las cabezas esferoides que forman la cabellera, simbolizan al parecer la conciencia colectiva (medio social)».

Estas obras sobre papel de 1977 están hechas con tinta y lápiz de color, y presentan figuras, en su mayoría, sin cabello, como si fueran maniquíes de tienda. La técnica de la tinta china la aprendió en el CENAR con la profesora japonesa Miyako Aoki a principios de la década.

Entre 1978 y 1979, Bicard toma clases de dibujo de la forma humana con Saúl. Entre las alumnas hizo amistades con las artistas Negra Alvarez (1948), María Kahn (1941), Mimi Herbert y Lila de Ruíz (1944). En estas clases encontraron una educación estructurada y un maestro que corregía los errores de sus alumnos, a diferencia de muchos de los «talleres de arte libres» que usualmente se ofrecían. Además de la enseñanza del dibujo, Saúl les enseñó la importancia de la calidad en la obra, y les dio consejos sobre cómo llevar la práctica y carrera del artista. Como comenta la artista, «Saúl nos transmitió sus enseñanzas de una forma sincera como solo un gran maestro puede dar de sí. … Nos enseñó mucho más que las sólidas bases del dibujo, a ‘amar al arte por el arte’, y los ritmos de las formas, describiendo sus misterios».

«‘Lo que aprendimos más que todo de Saúl es la disciplina y aprender a través de nosotras mismas, cómo es el asunto de estas carreras».

Tras terminar sus estudios con Saúl, el maestro fallece repentinamente en 1980. Ese mismo año, Bicard presenta una serie de dibujos en lápiz de color y yeso pastel -todas sin título- en sus primeras exposiciones individuales: una en la Sala de Arte Atlacatl en San Salvador, y la otra en el Teatro Nacional de Costa Rica en San José. Las exhibiciones se titulan La interpretación de las formas y el color.

«Se trata de diecinueve dibujos a lápiz de colores que presentan las más variadas interpretaciones. No tienen nombre. Porque algo que Licry pretende, según ella misma lo explica, es dar oportunidad a que el espectador titule cada cuadro». -Jorge A. Contreras.

La serie presenta figuras en dos escenarios: en el primero, se representan formas corpulentas, a menudo sin cabezas o miembros (por ende, «formas»), como si fueran esculturas, moviéndose como elefantes; el sitio es terrenal. En el segundo escenario se representan figuras de cuerpos más completos en un sitio idílico, como si fueran figuras en el cielo. Si bien los dibujos de la serie no fueron titulados, porque según la artista, «no tienen relación con la realidad», es decir, eran inventados, no podemos pasar por alto el choque emocional que la muerte de su maestro le causó y el impacto del comienzo del conflicto armando. Las claves están allí: figuras escultóricas sin miembros en el cielo, sin nombre… Sin título…, sin una manera de expresar, verbalmente y en público, las emociones de duelo que sentía.

Su próxima exhibición individual, Mancha, línea y forma, se presenta en el Hotel Presidente en 1981. Continúa con obra sobre papel, esta vez en tintas, sugerentes de un narrativo o cuento, pero los contenidos son opacados por el título de la exposición, que se enfoca en las técnicas formales empleadas. Las obras muestran figuras en situaciones cotidianas, algunas de ellas costumbristas, algunas en repetición serial, pero lo que comparten es un narrativo de juego y danza (ver láminas 7 y 8). La línea de estos dibujos es suelta y libre, sus colores son sutiles.

«Desde muy temprana edad, las ideas y el juego nos llevan a construir sueños sobre los cuales construimos nuestras vidas». -Licry.

«Es una serie de obras tratadas con desenvoltura, espontaneidad y sencillez, buscando en las formas y el color el mundo de ensueños y esperanzas… como lo verían los niños – recordando que también en todo adulto hay un niño- a quienes está dedicada la muestra». -Jorge A. Contreras

En 1982, Bicard toma su primera de varias clases de grabado con el Arq. José Roberto Suárez. A lo largo de su carrera tendrá otros maestros de grabado. En este primer acercamiento, aprende las técnicas de agua fuerte y punta seca (ver láminas 9 y 10). Las obras de este taller continúan su interés en la figuración en un estilo lineal. La obra Huellas ilustró la portada del poemario de Rolando Elías, Pasión de la memoria.

Ese mismo año, la artista comienza a exhibir colectivamente en la Galería El Laberinto, de Janine Janowski (de Hasbún en ese entonces). Fue allí donde participó en las exposiciones Vivencias, donde se exhibieron las primeras instalaciones artísticas en el país. Permaneció allí hasta 1986. La pintura de estos años es oscura (ver láminas 11-13). Por un lado, mucha de la pintura nacional de la época del conflicto armando es similar en tono, pero la artista proporciona una razón más específica. Primero, pintaba mayormente durante horas nocturnas con luz artificial; segundo, los cortes de electricidad eran frecuentes, y tercero, cuando pintaba de día, su estudio no tenía buena iluminación. Sus pinturas también tienen algo del estilo de los demás pintores de la misma galería, que de una u otra manera trataban de asimilar su estilo al del maestro Carlos Cañas (1924-2013).

Razones similares explican los contenidos o temas de muchas de las obras, en su mayoría, bodegones. La inseguridad de la época mantenía a la artista encerrada dentro de su casa la mayoría del tiempo o trabajando en el negocio de su familia; por ende, pintó los objetos caseros que la rodeaban (ver lámina 13). Licry comenta que estaba trabajando «las bases» de su pintura, es decir, a falta de una instrucción seria en esta técnica, se ponía tareas o retos para pintar todo tipo de objetos, y así enseñarse a sí misma a Bicard expuso individualmente una vez en El Laberinto en 1984. Comenta Janine Janowski en la invitación: «Licry Bicard se tomó el tiempo: tres años sin exponer; por lo tanto, sin exponerse. Hoy nos presenta óleos sobre lienzos (…) esencialmente, color enriquecido de color que dan forma a sugerencias de formas; así son los cuadros de Licry: intensidades oscuras con luces surgidas de la hondura misma. (…) La expresión del tiempo la tenemos hoy en una muestra fructífera cuya versatilidad nos indica las diferentes demandas que le hace al artista el tiempo».

«En la muestra, Licry Bicard presenta una diversidad de temas que incluyen algunos de carácter mitológico, como la representación plástica de leyendas auténticamente salvadoreñas: tales son los cuadros que aluden a la Siguanaba, al Cipitío y al Cadejo, elementos de la mitología nacional que ya han sido tratados en los campos de la poesía, la narrativa y el teatro».

Desde estos años, Bicard comienza a insertar en sus cuadros los temas de las leyendas nacionales. Estaba contando los cuentos de su infancia. De joven, su abuela y una pariente solían contarle cuentos, eran fantasiosas e imaginativas, y compartieron con ella las leyendas nacionales. Como resultado, la pequeña creció creyendo en duendes, con una mente muy perspicaz, inventora, curiosa, y soñadora. Esos mismos cuentos fomentaron en la artista, como adulta, el estudio y lectura de filosofía, religiones comparadas, esoterismo, simbología y arqueología; es decir, la búsqueda de las verdades no percibidas que subyacen tras la realidad, los secretos detrás de lo que vemos. También fomentaron su deseo de viajar por el mundo para visitar sitios arqueológicos. A menudo, lo que percibimos en su obra tiende a ser clave o sugerencia sobre otra realidad.

Para 1986, Bicard representa al país en la Bienal de Sao Paulo en Brasil, y expone individualmente nuevas pinturas al óleo en la Galería 1-2-3. Junto a ellas coloca objetos tradicionales y folclóricos como si fueran instalaciones. Su obra cambia en color -los colores primarios y brillantes hacen su estreno- y en estilo -las formas demuestran un carácter más geométrico. Los temas son, en su mayoría, los cuentos y dichos de su infancia, como podemos apreciar en La corcovita, que se basa en el refrán: «Al que da y quita, le sale la corcovita». Entre las obras exhibidas se encuentra un autorretrato titulado La autora, donde la artista se presenta en un nuevo estilo, como declarando un «borrón y cuenta nueva», una nueva etapa dentro de su obra. El rayado de esta pintura será utilizado nuevamente por la artista en el futuro.

La crítica fue positiva y la obra se describe como parte del realismo mágico, marcando los contenidos nacionales.

«Los motivos de Licry responden a una amplia gama de creaciones plásticas, que lo mismo aluden al mundo mágico de la creación mítica -la Siguanaba, el Cipitío- como a la vida cotidiana reflejada en formas y colores de bodegones nada convencionales, pero animados de un realismo muy singular». -Jorge A. Contreras.

«Licry ofrece también una visión amable y reposada de la vida cotidiana, en objetos sencillos-simples «chunches» diríamos en buen salvadoreño- como una variante del bodegón clásico o convencional (…) ya no en la visión directa de su realidad objetiva, sino en su trasfondo onírico, que subyace en la memoria y se traduce, plásticamente, en una pintura que se ha liberado de la representación natural para ofrecernos la visión -y la versión- con que la pintora refleja ‘esa otra realidad’, que dirían los surrealistas». -Rolando Elías.